Reseñas

Gustavo Serra. De la mano de los maestros.

Ed Shaw­ 2004.

Proyecto Cuerpos Pintados del fotógrafo chileno Roberto Edwards.


Gustavo Serra forma parte de la nueva generación de una familia uruguaya muy distinguida: la de los herederos del bello y reluciente manto de Joaquín Torres García. Serra contiene y propaga el legado intelectual y humanista de Torres, eximio pintor que construyó una tradición que lleva el acto de pintar a la transmisión de códigos míticos y a un esquema riguroso de vida.

Torres, el emblemático fundador de una corriente artística que ya se ha extendido más allá de las fronteras de Uruguay, empezó su misión formadora en Madrid, en 1932 con el establecimiento del Grupo de Arte Constructivo. Dos años después, en Montevideo, instruyó a una generación de alumnos en la legendaria Escuela del Sur. Luego, estos jóvenes empezaron a transmitir las enseñanzas del maestro por medio de su propia pintura y proselitismo.

Serra tuvo la suerte de acompañar a seis de los alumnos de Torres en el ocaso de sus largas y plenas carreras. Empapado así en la mística del maestro y receptor de la enseñanza de sus discípulos predilectos, Serra es uno de los abanderados actuales de una tradición que ha dejado su marca en la pintura universal por su enfoque conceptual y su sólida sustancia.

Reconoce el privilegio de lo que le ha tocado vivir. No tuvo ningún tipo de educación académica formal. Los preceptos de Torres proveen una amplísima formación de carácter y reglas de vida, no sólo como artista sino como ciudadano responsable del universo, consciente de las lecciones de la historia y los desafíos del futuro. Gustavo Serra es un graduado de una de las tradiciones formativas más exigentes del planeta.

Su periplo formativo empezó en el taller de Daymán Antúnez en 1984. Allí, a la edad de 18 años, Serra entró en contacto por primera vez con la pintura y el dibujo. Y se quedó cerca del dedicado artista hasta su muerte a los 73 en 1992. Conoció a Augusto Torres, el segundo hijo de Torres García y trabajó con él y con su mujer, Elsa Andrada, hasta la muerte de Augusto a los 79, también en 1992.

En 1988 había empezado a entablar una fructífera relación maestro-discípulo con Francisco Matto, hombre de múltiples inquietudes culturales entre ellas, una predilección por el arte precolombino. “Con Matto fue con quien compartí más cosas; colaboré con él entre 1987 y 1995. Era un hombre increíble y un gran artista. Gracias a él entendí un poco más de poesía, de música, de pintura, aunque nunca trabajé en su taller como con Augusto.” Colaboró con Matto hasta su muerte en 1995.

Serra tuvo el insólito destino de acompañar a algunos de los más grandes artistas de Uruguay en la etapa final de sus carreras y sus vidas. En Nueva York conoció al escultor Gonzalo Fonseca en su casa-taller en Greenwich Village, y fue rápidamente reclutado como su asistente en proyectos que elaboraba allí y en Serravezza, Italia. La relación duró hasta que Fonseca murió a los 75 en 1997. En 1991 conoció al pintor Julio Alpuy, con quien mantiene un vínculo hasta el día de hoy.

Gustavo tomó como lema para su propio desarrollo un dicho de Daymán Antúnez: “El fundamento de la pintura es la pintura misma, comprenderlo es alcanzar la iluminación, no comprenderlo es vagar en el error.”

Además de tener la buena fortuna de poder ser aprendiz de las figuras principales del arte uruguayo en una generación clave en la historia cultural del país, el destino lo puso bajo la tutela de la dedicada Cecilia de Torres, viuda de Horacio Torres, el hijo más joven de Torres García, y directora de la Galería Cecilia de Torres en SoHo en Nueva York.

“A Cecilia la conocí en 1988; yo trabajaba repartiendo telegramas y gracias a eso pasaba dibujando en las calles. También iba al taller que habíamos formado con mi primer maestro Daymán. Cuando se cerró el taller, coincidió con la reapertura del Museo Torres y allí iba todo el tiempo. Tuve la suerte, en ese entonces, de que Cecilia me propusiera trabajar con ella en una muestra que preparaba para Europa.”

Gustavo comenzó así su contacto con el mundo exterior. Viajó varias veces a Estados Unidos y a Europa, pero extrañaba el ritmo tan particular y pausado de Montevideo, una ciudad que parece suspendida en el tiempo, con una rica herencia de arquitectura Art Nouveau y Art Deco, entre sus kilómetros de playas de arena cristalina y la planicie que abre hacia el interior pastoral del pequeño país.

Para Serra, “en Uruguay, hubo un antes y un después de J. Torres García. Su escuela se transformó en un hito dentro del arte uruguayo y luego latinoamericano, similar a la Bauhaus –en cuanto al trabajo colectivo e interdisciplinario– pero sin su alcance comercial ni su fabricación en serie.”

Cecilia de Torres reconoció el talento y el potencial de Serra y lo incorporó en su galería, donde el énfasis se divide entre mantener viva la llama de Torres García y sus discípulos directos, y encontrar nuevos artistas cuya obra y actitud reflejen los valores y los criterios del maestro.

Considerando al joven como una apuesta a la continuidad de la tradición, Cecilia escribió: “Pensando en Gustavo Serra, en su obra y en su personalidad artística, estas palabras de Torres García lo identifican a cabalidad: ‘el artista nace, no se hace’, aunque el hecho de nacer artista no descarta el trabajo que de por vida, se debe realizar para consolidar y desarrollar ese don. Desde muy joven, Gustavo fue buscando intuitivamente personas que lo guiaran en el difícil y confuso camino del arte. Así fue como conoció al pintor Daymán Antúnez, quien recorría Uruguay pintando murales en los lugares más insólitos a cambio de alojamiento y del privilegio de enseñar arte a quien lo quisiera escuchar. Su generoso peregrinaje hizo que un día se encontrara con Serra, quien hoy afirma que Antúnez con su fe y convicción en el arte y en el constructivismo lo encaminó hacia su destino de pintor”.

Cecilia, a su vez, le dio la oportunidad de conocer España, al llevarlo como asistente para el montaje de una muestra de la Escuela del Sur en el Museo Reina Sofía en Madrid.

En 1996, el entonces presidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, le encargó a Fonseca una escultura para el Parque de Esculturas del Edificio Libertad en Montevideo. Esta vez, Serra acompañó a Fonseca a Italia para asistirlo en la realización de la obra y tuvo la suerte de aprender con él de manera directa, de la misma forma en que se enseñaba en los talleres durante el Renacimiento.

Veterano ya de sus afortunadas estadías al lado de los máximos creadores uruguayos de la última mitad del siglo XX,  Gustavo empezó a exponer recién a los 30 años. Hizo su primera muestra individual en la clásica Galería Moretti de Montevideo en 1997 y luego expuso en el Museo de Arte Americano de Maldonado y en el Museo Torres García de Montevideo. Ha participado en exposiciones colectivas en Uruguay, Argentina, Colombia y Estados Unidos. Respecto de su vocación el artista aclara: “No es fácil. No existe seguridad económica siendo artista, menos en un país como Uruguay donde la gente tiene tantas prioridades antes que el arte. Hasta ahora he podido vivir de la pintura”.

Gustavo ha logrado aprovechar al máximo sus viajes a Estados Unidos y Europa e incorporar todo lo asimilado a su obra, una vez de vuelta a la tranquilidad de su taller.

Serra ha alcanzado un equilibrio entre la nutrida carga de la herencia de la Escuela de Torres García y su propia personalidad y sensibilidad. Resume su síntesis así: “En general se piensa que en arte todo es subjetivo, que todo se reduce a me gusta o no me gusta, y aunque de cierta manera hay algo de eso, creo que el verdadero artista trabaja o debería hacerlo con elementos un poco más profundos y concretos. Por eso existen ciertas reglas, que como en la música, la arquitectura y en todas las artes, el hombre ha ido descubriendo, incorporando y asumiendo. Son fundamentos básicos, concretos y objetivos, aunque también tienen que entrar en juego la intuición y la sensibilidad individual; ese algo que cuesta explicar, que hace la diferencia entre un gran artista y el resto.

Lo importante es construir, componer, crear y ordenar el ritmo de la obra con elementos concretos (colores, líneas, formas). Lo anecdótico es cosa secundaria y lo intuitivo o lo que deba dar cada uno, es otra cosa. Ni siquiera depende de nosotros mismos.”

En 2000, Serra participó en una muestra con otros tres artistas uruguayos, todos influidos por la corriente del constructivismo, en la Galería Principium de Buenos Aires. El Crítico Alfredo Torres escribió para el catálogo de la muestra titulado Sur 4: “…los escenarios pictóricos de Serra se sustentan en una composición geométrica. No sólo por la presencia sutil o manifiesta de lo ortogonal, la simetría cuestionada pero subrepticiamente preservada o por la presencia de un cuadrilátero o un triángulo; sino por la instauración de una geometría fragmentaria, hermosamente incierta.”

Indagando más en las singularidades de la obra de Gustavo, Cecilia de Torres concluyó en su texto sobre su obra: “En sus telas hay elementos que sugieren algo misterioso o inquietante, que no han sido logrados por medios descriptivos. Serra afirma que esto sucede inconscientemente (…) Su lenguaje pictórico ha cambiado paulatinamente hacia una mayor abstracción, ha depurado su pintura de la fabricación o de la trampa decorativa de la representación. La línea y el color están cada vez más disociados; ahora expresan o sugieren algo que es inconcebible, excepto para la imaginación. (…) En sus telas ha logrado conjugar lo que parece imposible y hasta contradictorio: la abstracción, la plástica pura y la poesía; y llegar así a ese momento maravilloso, cuando el dominio de un lenguaje, ya sea musical, pictórico o poético le permite al artista vislumbrar libertades antes insospechadas. Es cuando las ideas al fin toman vuelo.”

En 1994 Serra viajó a Chile por primera vez. En  Santiago, fue invitado a participar en el Taller Experimental y, sin ninguna preparación previa, empezó a pintar sobre la piel de un cuerpo. Fue uno de los pocos artistas que integró a las modelos en el proceso creativo, consultándolas durante las largas sesiones de pintura. Gustavo tuvo que adaptarse a un soporte con curvas, frente y dorso; vivo y móvil. Para un artista acostumbrado a pintar sobre una tela lisa, mansa y estática, la experiencia fue estimulante y reveladora.

Trasladó su mundo de estructuras y símbolos a los cuerpos, llevando formas estilizadas, escenas geométricas y planos de color a la piel. Pintó fondos rojos, blancos y azules, alternando trazos escuetos con complejos sistemas dibujados que remitían a diseños precolombinos. Sus líneas, a veces gruesas, a veces finas, acompañaban armoniosamente a las siluetas de las modelos.

La combinación de tonos y el desplazamiento de la pintura ofrecían al fotógrafo un amplio material para realizar tomas de cuerpo entero y de detalles como una mano sobre la cabeza, una mecha de pelo pintada de verde, o un dedo con bandas rojas.

El aporte de Serra es sencillo y bello. Para descifrarlo, el ojo del espectador va indagando en el conjunto de líneas que marcan los límites, en los planos de colores y en los elementos reconocibles. En su totalidad, los fragmentos van armando la trama de un cuento de hadas o de algún mito milenario, que se va desarrollando al compás de los movimientos de las modelos frente al lente.

Serra ha podido de repente sacar provecho de un desafío inesperado. Aplicando su talento como artista y su humildad como persona, escogió incorporar a la modelo en el proceso, dando al resultado, la energía extra que proviene de un trabajo en equipo. Su manera de encarar esta participación compartida da cabida al objetivo principal del proyecto: reforzar el respeto por el cuerpo humano y a la vez disminuir los prejuicios que tanto rodean al cuerpo desnudo.

El crítico uruguayo Sergio Altesor hace una muy certera descripción del mundo de Serra: “En una atmósfera de sueños, con los colores de los sueños, son imágenes que transcurren como los sueños que se olvidan. Es esta capacidad de ver lo que se olvida, de darle sentido a un mundo aparentemente intranscendente, lo que nos enriquece, como observadores, en la pintura de Gustavo Serra. Como todo buen arte, su comprensión nos lleva al desarrollo humano: entrar en sus cuadros es empezar a ver las cosas con el alma”. En las manos de Serra, la piel se convierte en escenario y el cuerpo en un ritmo que anima a la poesía.

Arte Uruguayo - Pintura   El País - Alicia Haber - Columnista 

Alicia Haber - Columnista. El País, 07/02/2014


“No es reproducir la naturaleza el trabajo de un pintor; partir de ella, partir de un pretexto cualquiera de la vida cotidiana, tal vez, estudiar su esencia primero y luego,  sintetizar, abstraer, construir en el espacio; partir de una idea más precisamente. Y, como en literatura o en música partir de lo elemental y misteriosamente complejo al mismo tiempo. Letras, sílabas, palabras, versos, notas, compases, frases, melodía, armonía  -  SIGNOS  -  líneas, formas, pequeños o grandes espacios entonados, sonidos agudos, graves, silencio, claros, oscuros, orden, ritmo, composición. Un simple trazo o una pequeña mancha de color, o el resultado de la conjunción de estos elementos deben emocionar, no su vulgar significado”. Estos son algunos de los textos en los que Serra expresa su pensamiento sobre la pintura.

Sostiene Serra en otro texto enviado a la revista ARTE: “La pintura no necesita elementos ajenos a ella para existir. Es cierto que uno puede referirse a la naturaleza, o a cualquier pretexto, ya sea representativo de la realidad o de la geometría o de ambas. Pero sea figurativa o no la pintura debe o debería referirse a su propia esencia; como sucede con la música, la arquitectura, la poesía, notoriamente más  comprensible,  visual e intelectualmente. Lo primero que debe reflejar una pintura ya sea cuando se realiza o cuando se observa, es armonía, contrapuntos, complementariedad por los  valores tonales, espaciales,  formales, lineales, y las interrelaciones de estos elementos. Es lo que yo intento; pintar pintura, experimentar emoción, siguiendo las reglas y la intuición”.

Estos  pensamientos de Gustavo Serra  sobre la pintura están expresados en primera persona; no lo formula como manifiesto, no lo impone.  Serra (Montevideo, 1966) demuestra los principios cardinales que lo guían cuando pinta unos originales paisajes interiores o naturalezas muertas idiosincrásicas,  insinuando con lirismo lo que ve con una paleta vibrante y jugosa.

La pintura de Serra parte de los objetos, por ello enfatiza que en su memoria es importante la vida cotidiana. Pero el artista escoge no  representarlos. De ellos quedan vestigios y con su pincel Serra logra que la imagen resultante sea de  una depuración muy grande entrelazándose la abstracción con trazas de figuración.  Serra plasma algo exiguo, muy mínimo, a veces una curva, un trazo, que evoca la realidad y  la sugiere sin revelarla. Las figuras pierden corporeidad hasta quedar plasmadas en signos.

Son pinturas intensas por los trazos, por la forma en que el artista dispone el color nunca uniforme, ni encerrado por la geometría. Son intensas por las superficies y por el cromatismo. Son pinturas fuertes, vitales y vigorosas aunque en algunas series Serra opta por colores más sutiles. Los colores escapan las zonas limitadas por los trazos y logran bailar sobre la tela su propia danza con diálogos variados de una rica paleta muy vivaz que alienta las superficies. Los grises son muy poéticos y sugestivos.

Los colores revelan muchas tonalidades,  y las zonas palimpsestos con superficies muy sugerentes, inspiradoras, alusivos a otros tiempos, a otras miradas, a otros momentos siempre pautados por signos, ritmos y contrastes.

Las pinceladas muy vivas, de trazo grueso, están dispuestas en varias direcciones otorgándole dinamismo a la composición. Se entrecruzan intensificando el poder comunicativo del color que rara vez permanece uniforme. En la pintura de Serra hay  líneas curvas con espíritu orgánico y  otras más geométricas lineales. A veces Serra une varias formas entre sí con una dulce línea, pero son todas dispares, de colores disímiles y dentro de ellas hay sinuosidades, ecos de botellas, reminiscencias de rectángulos, esbozos de algún objeto y toda las formas parecen recordar algo que queda como un enigma. La energía  expresiva y  comunicativa se acentúa con la manera en que usa y trata las superficies logrando dejar texturas rústicas en las superficies,

Estos  pensamientos de Gustavo Serra  sobre la pintura están expresados en primera persona; no lo formula como manifiesto, no lo impone.  Serra (Montevideo, 1966) demuestra los principios cardinales que lo guían cuando pinta unos originales paisajes interiores o naturalezas muertas idiosincrásicas,  insinuando con lirismo lo que ve con una paleta vibrante y jugosa.

La pintura de Serra parte de los objetos, por ello enfatiza que en su memoria es importante la vida cotidiana. Pero el artista escoge no  representarlos. De ellos quedan vestigios y con su pincel Serra logra que la imagen resultante sea de  una depuración muy grande entrelazándose la abstracción con trazas de figuración.  Serra plasma algo exiguo, muy mínimo, a veces una curva, un trazo, que evoca la realidad y  la sugiere sin revelarla. Las figuras pierden corporeidad hasta quedar plasmadas en signos.

Son pinturas intensas por los trazos, por la forma en que el artista dispone el color nunca uniforme, ni encerrado por la geometría. Son intensas por las superficies y por el cromatismo. Son pinturas fuertes, vitales y vigorosas aunque en algunas series Serra opta por colores más sutiles. Los colores escapan las zonas limitadas por los trazos y logran bailar sobre la tela su propia danza con diálogos variados de una rica paleta muy vivaz que alienta las superficies. Los grises son muy poéticos y sugestivos.

Los colores revelan muchas tonalidades,  y las zonas palimpsestos con superficies muy sugerentes, inspiradoras, alusivos a otros tiempos, a otras miradas, a otros momentos siempre pautados por signos, ritmos y contrastes.

Las pinceladas muy vivas, de trazo grueso, están dispuestas en varias direcciones otorgándole dinamismo a la composición. Se entrecruzan intensificando el poder comunicativo del color que rara vez permanece uniforme. En la pintura de Serra hay  líneas curvas con espíritu orgánico y  otras más geométricas lineales. A veces Serra une varias formas entre sí con una dulce línea, pero son todas dispares, de colores disímiles y dentro de ellas hay sinuosidades, ecos de botellas, reminiscencias de rectángulos, esbozos de algún objeto y toda las formas parecen recordar algo que queda como un enigma. La energía  expresiva y  comunicativa se acentúa con la manera en que usa y trata las superficies logrando dejar texturas rústicas en las superficies.

Serra es un defensor de la pintura – pintura, y le importan la armonía, relaciones, las proporciones, la síntesis, las reglas compositivas y la intuición para plasmar en ese medio expresivo y desde esa coordenadas lo sensible y lo lírico.

Es un original heredero de lo torresgarciano en clave personal. A veces quedan ecos claros de la grilla torresgarciana, otros apenas sugiere con líneas paralelas muy oscilantes, como homenajes más evidentes y en otros los deja de lado y la formas vibran  libremente. En una época anterior cuadriculaba sus telas pero ha dejado esa etapa de lado.

Sus maestros fueron Daymán Antúnez, Augusto Torres, Francisco Matto, Julio Alpuy y Gonzalo Fonseca. Asistente del escultor y pintor uruguayo Gonzalo Fonseca fue sobre todo colaborador estrecho de Francisco Matto y estableció con él una relación amistosa. Empero tiene la gran virtud de haberse liberado de un arte derivado. Lo suyo es original y la herencia es rescatada de manera libre y personal.

Nace en Montevideo el 21 de setiembre de 1966. Estudia dibujo y pintura con artistas integrantes del Taller Torres García. Daymán Antúnez (Cerro Largo 1922 – Maldonado 1992). Augusto Torres (Tarrasa 1913 – Barcelona 1992). Francisco Matto (Uruguay 1911 – 1995). Gonzalo Fonseca (Uruguay 1922 – Italia 1997, Julio Alpuy (Uruguay 1919 – Estados Unidos 2007). Desde el año 1987 interviene en varias muestras colectivas, en Montevideo, en el interior y fuera del país. En 1995 participa en el proyecto “Taller Experimental, Cuerpos Pintados” del Fotógrafo chileno Roberto Edwards, inaugurado en Santiago de Chile en septiembre de 2003. Entre los años 2004 y 2007 es responsable del taller de dibujo y pintura del Museo Torres García, Montevideo. Desde el año 1990 trabaja en la organización de varias muestras vinculadas al pintor Joaquín Torres García y al TTG, en museos, galerías e instituciones tanto públicas como privadas, en Uruguay y en el exterior. Trabaja en la dirección y montaje de todas las muestras de la Galería Oscar Prato de Montevideo. A partir de su creación en 2012, forma parte de la directiva de las Fundaciones, Francisco Matto y Julio Alpuy.

ARTE DESDE AMÉRICA LATINA 

Laurens Dhaenens 2015


El crítico de arte Alfredo Torres ha descrito el arte del artista uruguayo Gustavo Serra como “una geometría fragmentaria, hermosamente incierta”. En su obra, Serra retorna a los elementos fundamentales de la pintura, color, línea y forma, aspirando poder llegar, a través de ellos, a comprender la esencia pictórica del arte: la realidad de la pintura como pintura.

Gustavo Serra nació en 1966 en Montevideo y estudió pintura con Day Man Antúnez, Augusto Torres, Francisco Matto y Julio Alpuy, artistas que tuvieron un papel fundamental en la creación y en las actividades del Taller Torres García. Serra no sólo fue discípulo de Matto, sino que además le asistió en su trabajo cotidiano y colaboró con él en el desarrollo de múltiples proyectos. Asimismo, entre 1990 y 2007, trabajó junto a Julio Alpuy en Montevideo y Nueva York. Estas actividades eran combinadas con encargos para el pintor y escultor Gonzalo Fonseca. Serra, además, dirigió durante tres años, a partir de 2004, el taller de dibujo y pintura del Museo Torres García de Montevideo.

Paralelo a todas estas actividades el artista se dedicó también a su propia obra, caracterizada por un juego abstracto de líneas, formas y colores. En sus cuadros desvincula la pintura de la realidad externa e investiga en su propia realidad: la realidad de la línea, del color y de la forma. Tal como Serra subraya: “Lo importante es construir, componer, crear y ordenar el ritmo de la obra con elementos concretos (colorea, líneas y formas). Lo anecdótico es cosa secundaria y lo intuitivo o lo que siente cada uno de nosotros, es otra cosa. Ni siquiera depende de nosotros mismos”. Según Serra, las pinturas se muestran a sí mismas mediante armonía, contrapuntos, esquemas cromáticos, espacios y líneas y a través de las relaciones entre todos esos elementos.

El trabajo de Serra trasciende la pintura tradicional. En 1994 fue invitado a participar en un taller experimental en Chile en el que realizó pinturas sobre la piel de diferentes personas. Con la implicación de la persona como lienzo superó la relación modelo-artista-obra de arte e introdujo la realidad del arte en la vida cotidiana.

 

Gustavo Serra 

Cecilia de Torres 1996


Pensando en Gustavo Serra, en su obra y su personalidad artística, estas palabras de Torres-García, vienen a mi mente: “El artista nace, no se hace “; aunque nacer artista no descarta el trabajo que de por vida debe realizar para consolidar y desarrollar ese don. Desde muy joven, Serra fue buscando intuitivamente quien lo guiara en el camino difícil y confuso del arte, así fue como conoció al pintor Daymán Antúnez, quien trabajó en los años cuarenta junto a Torres-García en el legendario Taller. Antúnez fue además de pintor, maestro y muralista ambulante. Recorría el interior del Uruguay pintando murales en los lugares mas improbables a cambio de alojamiento  y del privilegio de enseñar arte a quien lo deseara escuchar. Generoso peregrinaje fue el suyo, que hizo que un día se encontrara con el joven Serra, quien hoy afirma que Antúnez, con su fe y convicción en el arte y en el constructivismo, lo encaminó a su destino de pintor.

Fue por esa conexión que Serra tocó a la puerta de Augusto Torres y Elsa Andrada y a la de Francisco Matto, quienes como Antúnez, habían estudiado con Torres-García. Herederos no solo de las enseñanzas del maestro uruguayo, sino también de la misión de transmitirlas gratuitamente. Bajo su tutela Serra fue formándose, aprendiendo no sólo los rudimentos del dibujo y la pintura, sino también los conceptos y la historia del arte. En Nueva York, donde pasó varias temporadas, además de visitar  museos, trabajó con el escultor Gonzalo Fonseca y con el pintor Julio Alpuy en sus talleres. 

En 1996, le encargaron a Fonseca una obra para el Jardín de Esculturas de la Casa de Gobierno de Uruguay y Serra viajó a Italia a pedido del mismo Fonseca como su asistente. El aprendizaje con artistas por experiencia directa, tal como se practicaba en los talleres del Renacimiento, es un privilegio que pocos disfrutan en el presente y del cual Serra es consciente.

En sus telas hay elementos que sugieren algo misterioso e inquietante, y sin embargo no es logrado por medios descriptivos, Serra afirma que es inconscientemente que sucede. “Yo voy incorporando elementos en mis composiciones, intuitivamente, sin tener en cuenta (o teniéndola parcialmente), la realidad fuera del cuadro; lo que sí me preocupa es la realidad de la pintura”.

Uno puede ver representado en sus cuadros una taza humeante sobre una mesa, por ejemplo, o una ventana abierta en una habitación vacía, o una figura acostada en el suelo, ¿se cayó por accidente? A esta pregunta Serra responde: “fue casual; en el taller tengo un busto en yeso” (quizás una referencia al ángel de yeso en las naturalezas muertas de Cézanne), “un día se cayó, lo seguí dibujando acostado y después fui simplificando su forma; supongo que intuitivamente se decide lo que a uno le sirve o no le sirve de pretexto para su trabajo”. 

Su lenguaje pictórico a cambiado paulatinamente hacia una mayor abstracción, Serra ha ido depurando su pintura de la fabricación o de la trampa decorativa de la representación. La línea y el color están cada vez más disociados, ahora expresan o sugieren algo que es inconcebible, excepto para la imaginación. Las seguras líneas negras que plantean la composición, representan una mesa o una ventana, pero en realidad su función es dividir y estructurar el plano de la tela en compartimentos armónicos, donde Serra aplica, a veces, el color puro, sin mezclas, en explosiones de rojo, azul y amarillo. Un color vale por si mismo, no porque represente algo en particular; como Mondrian, podría decir: al fin liberé al color de su función, ya eliminé su aspecto natural. En su pintura ha logrado conjugar: la abstracción, la plástica pura y la poesía; y así llegar a ese momento maravilloso, cuando el dominio de un lenguaje, ya sea el musical el pictórico o el poético, le permite al artista vislumbrar libertades antes insospechadas, cuando las ideas al fin toman vuelo.